Hay que hablar del gran peligro, pánico o terror que puede ocasionar la palabra agua, ya que una de las causas de muerte en los más pequeños del hogar, es la muerte por ahogamiento además de las lesiones no mortales que se relacionan con el agua y los episodios de casi ahogamiento, esto quiere decir, cuando hay una supervivencia mayor de veinticuatro horas tras haber estado el niño expuesto a un medio líquido.
Durante las actividades acuáticas existe el riesgo de que se produzcan lesiones graves por traumatismos, que lesionan la médula espinal, pudiendo llegar a ocasionar parálisis permanentes. Los niños con más posibilidades de sufrir accidentes en el agua son aquellos menores de cinco años que no comprenden el riesgo y no saben sus limitaciones, metiéndose en aguas profundas o no sin saber nadar correctamente.
La gran mayoría de los accidentes mortales suceden en piscinas privadas o residenciales, cuando los padres o el cuidador de turno se descuidan para atender por ejemplo una llamada telefónica, para realizar una tarea doméstica, etc. La prevención más adecuada es colocar vallas alrededor de las piscinas, enseñar bien a los niños el riesgo que supone el agua cuando no saben nadar correctamente y el vigilarles atentamente durante el baño aunque no debemos olvidar el uso recomendable del flotador o de manguitos.
En el caso de los lactantes, los casos de ahogamiento suceden en la bañera, en los bebés que no están suficientemente vigilados y cuyos padres desconocen su capacidad concreta para chapotear. En niños mayores y adolescentes suceden en embalses al aire libre, en la playa o en piscinas tanto públicas como privadas, habitualmente ocurre cuando no existe la vigilancia de un adulto. En adolescentes los episodios de ahogamiento suelen suceder con el consumo de alcohol, fármacos o por lanzamientos al agua inadecuados.
La lesión dependerá del tipo de agua (si es dulce o salada, la temperatura, si existe contaminación del agua o no, etc) y del tiempo de inmersión, es decir, el tiempo que el niño esté debajo de agua. En el caso de una inmersión de agua fría, puede haber cierta protección frente a la falta de aporte de oxígeno al cerebro.
Tras sumergirse en un medio líquido, sucede inicialmente una sofocación y una asfixia (por falta de una adecuada oxigenación de la sangre), acompañada o no posteriormente de aspiración pulmonar (paso de agua, de líquido, a los pulmones). Cuando pasa el agua a los pulmones, se lesiona los alvéolos (parte de los pulmones que participan en el intercambio aéreo), de manera que se produce un edema pulmonar o hipoxia.
Si esta hipoxia es importante y hay una falta de oxigenación de los tejidos pueden aparecer lesiones irreversibles, que provocan la muerte en las primeras veinticuatro horas, incluso tras los intentos de reanimación cardiopulmonar, pueden llegar a no ser efectivos.
Por otro lado cuando se trata de inmersiones en agua salada (mayor concentración de sales) frente a los tejidos del organismo hacen que se provoque un arrastre de líquidos hacia el exterior, fuera de los vasos, provocando una hipotensión importante (aumento de la concentración de sodio en la sangre) que puede tener unas consecuencias muy graves, es decir, puede aparecer un edema pulmonar o cerebral, entre otros trastornos.
Tras una inmersión prolongada en el agua por caída a la piscina, lo más importante inicialmente es inmovilizar la columna cervical (para que en caso de que hubiera lesiones en la columna vertebral o medular no empeorarlas) y mantener una vía aérea permeable, es decir, permitir una adecuada respiración, así como una temperatura adecuada. Todas las víctimas de ahogamiento deben ser ingresadas en un hospital para vigilar su evolución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario